lunes, 4 de julio de 2011


- Si las flores del pasado pudiesen ver tu rostro, oh, mi querida hija, revivirían sólo para contemplarte, para después marchitarse de dolor, asfixiadas de envidia. Cuando las luces de éste mundo se apaguen y nos separen eones, tu tez seguirá sin mácula y serás por siempre el último testimonio de la belleza con la que una vez soñamos los humanos.

- Necio ambicioso, ¿en qué he nacido? Encerrada en un cascarón de oro blanco, vacía de alma por dentro, eternamente encarcelada en un ideal. ¿De qué sirve ser baluarte de Venus si jamás comprenderé lo que ella guarda en su corazón?

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