jueves, 28 de julio de 2011


Sus ojos habían cambiado de color y su cuerpo era ya testimonio de su adultez. Cuando las luciérnagas hicieron llorar de luz al bosque, la madera húmeda y la piedra despertaron el olfato del lobo. La luna había traicionado a la noche ocultando su rostro entre manos negras, porque sabía que era el momento. Volar entre la tierra, saciar la pulsión de escapada: era el despertar de la visión del Oráculo.

Y al fin los cuentos cobraron todo su sentido.

Los niños, desvelados, de pronto sintieron la cercanía, la promesa de las páginas fantásticas leídas por labios ancianos. Supieron lo irremediable del cambio, todo el cambio, la exquisita muerte del hastío. Como un nacimiento esperado, la magia comenzó a desbordarse entre la niebla en el poblado, desplegando lazos mas allá de lo visible, arrollando como un flujo renovado la savia del mundo.

miércoles, 27 de julio de 2011

Fabrizio


Fabrizio había pasado una vertiginosa ola de aventuras hasta llegar donde estaba, y pese a su pingüe experiencia, tenía la sensación de no encontrar respuesta a la nueva prueba. Si todo había sido una broma de su mente para, dormido, hacerle saltar vacíos y perseguir escaleras subidas de puntillas por princesas acróbatas, no le encontraba la gracia. Pero helo ahí, arrastrando su interés por haber caído en la trampa de la ‘curiosidad’ y las mariposas en el estómago.

La encontraría, oh, sí, la encontraría… aunque tuviese que volar hacia los cielos espumosos para abrazar a la chica de rojo que, sonriéndole, desapareció al principio de su viaje entre las costelaciones de la bóveda infinita. ¿Quién lo hubiera pensado? Hasta los payasos tristes tienen sus fantasías de emoción y amor…

Más tarde vería si había despertar o no.

lunes, 25 de julio de 2011

Escritura derramada


Nada se escondía de mi respiración agitada... Levanté el cuaderno y las letras bailaron como hojas en un remolino. Era hora de hacer brotar la llama, era hora de abatir barcos invisibles. Desgarré tres sentimientos, tres sobres de papel de lágrima me sirvieron. La máquina llevaría pulcramente mis pensamientos al altar de sacrificio. Lo simple me sorprendió tras las vidrieras como algo inesperado.

Todo acabó en un instante.

miércoles, 20 de julio de 2011

La luz del rayo


Ah, sí…recuerdo aquella noche bajo la lluvia ácida de otoño. Los Revisores llegaron pronto, resguardando las pantallas de litio bajo sus amplios abrigos, mientras fumaban el opio de las cabezas de la gente. Fuera los peatones se amontonaban en las aceras, cruzando de punta a punta la urbe amarilla. Entre ellos, los Revisores pasaban sin ser advertidos, seleccionando tan solo las más aptas víctimas soñadoras.

Pero yo… yo no soy como ellos, mendigando en círculos para echarse a la boca un solo resquicio de placer y tortura. Yo soy quien viéndolos, los devoro uno a uno. Siempre existen, siempre se multipilican, cayendo sobre la ciudad como ratas infectadas de rabia y hambre. Pero aquella noche mi festín fue mayor que el suyo. Banquete de desgarramientos al filo de la hora más oscura, evaporación de fútiles existencias. El despertar se tornó eléctrico.

Fue una gloriosa jornada, y aún divierte mi mente y mi espíritu, ahora que vago entre los dos mundos…


Gritaba el frágil cachorro durante la hegemonía de Urano. La urbe dormía bajo el sudor frío de la noche, haciendo brillar las calles en una fiesta de luces y reflejos acuosos. Sobre el nido, ella miraba al pequeño, tembloroso en su ansiedad y hambre infantil. Así, batiendo en silencio las alas se precipitó hacia el cielo, trazando saltos en la tierra con su inquisitiva mirada circular. Hoy regresaría, como cada vez, con sangre caliente entre sus garras, sin arrepentimiento, sin pasión.

Las estrellas no habían cambiado cuando el final cerró el libro de la víctima. Y sí, ocurrió un grito más profundo, implorante de escapada y furia, que acabó enmudeciendo bajo el epílogo de la cría. Ella estaba satisfecha, y la sangre aún decoraría de triunfo un tiempo sus armas de cazadora.

Mientras, Urano seguía sonriendo en un perfecto arco de luna.

lunes, 11 de julio de 2011


El día de la retirada, Mir’Amnia cabalgó exhausta sobre tierras rojas de óxido, aridez y sangre derramada. Lo que quedaba de su reino era ella misma, tras las batalla con aquellas armas que hacían desaparecer los objetivos explotándolos en una nube de polvo de sueño. Grr-muhva la llevaba suavemente sobre su lomo, buscando un camino en medio del desierto de luz.

No hay destino, no hay vientre de la fértil natura en la que abandonarse a la placidez del futuro. Mir’Amnia lo sabía, y la hipérbole ausencia de su legado quedaría en recuerdos que nadie creería jamás. Arriba, la diosa seguiría mirándola desde su palacio de dos faces, única testigo de lo que una vez llegó a ser. Con sus ojos cerrados intentaba adivinar su porvenir, pero, ¿no he dicho ya que no hay destino?

Las respuestas perlarían el largo camino como el sudor de medianoche, oportunidades para crear nuevos reinos, nuevas aleaciones de paz y simiente.

Y quizás, llegaría la hora.