lunes, 5 de septiembre de 2016

Kubo y las dos cuerdas mágicas (2016)


“Si vais a parpadear, hacedlo ahora”. Así comienza una película que llevaba esperando más de un año, desde que vi las primeras imágenes del making of. De producción americana (ojo, porque esto es importante tenerlo en cuenta), nos lleva a un Japón feudal fantástico con algunas pinceladas de realidad. Y ciertamente, no puedes parpadear viéndola.

La belleza visual de esta película es inconmensurable. Repito, inconmensurable. Aunque es una constante que el cine de hoy tenga este atributo positivo, he de decir que esta vez he perdido de verdad el aliento. Aquí se nos ofrece una sabia mezcla animación, imagen real, stop-motion e inteligencia en la fotografía que, os aseguro, os hará llorar de belleza.

Y agradezcamos esto, pero tengamos criterio. Si bien la parte visual es, simplemente perfecta, el guión y la música no la acompañan. Cada día estoy más convencida de que la gran enfermedad del cine de nuestros días es la despreocupación por los guiones. El esfuerzo en los medios técnicos es abrumador, pero las historias son débiles, simplistas y en algunos casos, hasta faltas de interés. Kubo habla del viaje del héroe, la familia, la venganza y el amor, temas fundamentales que jamás cansan si los tejes bien. Pero la incoherencia parte en dos una película que, bajo mis ojos, podría haber sido la película de animación del año. O de los últimos cinco años.

Por su parte, la música se viste con kimono pero no termina de convencer, sobre todo cuando recurre a The Beatles pasados por un filtro “japonesizado”. No, señores, si queréis hacer arte con una película que podía haberlo tenido todo, estas decisiones (o indecisiones) de guión y banda sonora no se hacen. Ha faltado pulimento y esfuerzo más allá de lo visual en una obra que era hermosa, impactante, con ideas muy originales y acertadísimos elementos de la cultura japonesa.