lunes, 11 de julio de 2011
La reina de ónice
Te quiero como una vez fuiste: roja, inmensa, poderosa. Con látex entre las venas, naciste rociada de noche. La profusa luz de neón, barriendo tu cuerpo más allá de la medianoche, desdibujaba los contornos de tu voluntad. Féretros de envidia enfundados en miradas asombradas hicieron desfiles en tu triunfal victoria a través de la humedad de la selva. Ellos serían el inicio de tu precipitación al vacío, de tu caer en prosa negra hacia el suelo.
Serás icono de un tiempo pretérito de decadencia, envuelta en la bandera de tu propio reino creado bajo el signo de la voz. Cuando el futuro ya no te fíe, un eco resonará tras tus pasos en todas las calles que pisaste, hastiadas de esa esencia que te arrastró tan pronto a tu demencial radiografía.
Al final, has comenzado a sangrar la pulsión de la nostalgia, avanzando hacia el marchitar de tu hegemonía. Así, quiero enmarcarte ahora en el ideal que yo te construí. Sentada como una reina de ónice en el trono de la noche, intoxicada de música y sal.
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