jueves, 28 de julio de 2011


Sus ojos habían cambiado de color y su cuerpo era ya testimonio de su adultez. Cuando las luciérnagas hicieron llorar de luz al bosque, la madera húmeda y la piedra despertaron el olfato del lobo. La luna había traicionado a la noche ocultando su rostro entre manos negras, porque sabía que era el momento. Volar entre la tierra, saciar la pulsión de escapada: era el despertar de la visión del Oráculo.

Y al fin los cuentos cobraron todo su sentido.

Los niños, desvelados, de pronto sintieron la cercanía, la promesa de las páginas fantásticas leídas por labios ancianos. Supieron lo irremediable del cambio, todo el cambio, la exquisita muerte del hastío. Como un nacimiento esperado, la magia comenzó a desbordarse entre la niebla en el poblado, desplegando lazos mas allá de lo visible, arrollando como un flujo renovado la savia del mundo.

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