Gritaba el frágil cachorro durante la hegemonía de Urano. La urbe dormía bajo el sudor frío de la noche, haciendo brillar las calles en una fiesta de luces y reflejos acuosos. Sobre el nido, ella miraba al pequeño, tembloroso en su ansiedad y hambre infantil. Así, batiendo en silencio las alas se precipitó hacia el cielo, trazando saltos en la tierra con su inquisitiva mirada circular. Hoy regresaría, como cada vez, con sangre caliente entre sus garras, sin arrepentimiento, sin pasión.
Las estrellas no habían cambiado cuando el final cerró el libro de la víctima. Y sí, ocurrió un grito más profundo, implorante de escapada y furia, que acabó enmudeciendo bajo el epílogo de la cría. Ella estaba satisfecha, y la sangre aún decoraría de triunfo un tiempo sus armas de cazadora.
Mientras, Urano seguía sonriendo en un perfecto arco de luna.
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