Cogiendo un equipaje de cuero me miró
con el porte de las grandes divas pretéritas.
Yo le dije un color entre el gris y el verde,
ella tan solo sonrió de fin futuro,
y su beso francés resumió 365 días.
Las piedras de río quedaron ordenadas
en el alféizar de nuestra ventana.
El respirar del mundo te esperaba,
pulsión de sonrisa y cerezas.
Eras como una reina secuestrada
en un perfecto dibujo de tinta y paz
reposado en la ilusión de mis ojos.
La piel no olvidaría el tacto de la muda,
cuando tu cuerpo y el mío cambiaban
al sabernos capaces de todas las cosas.
Fuentes de piedra rebosaban
haciendo cantar las gotas al caer
en mis últimos minutos contigo.
Y cuando el tren se alimentó de vía
se descontaron todos mis sentidos.
Pocos vieron el milagro del mago
que silbando advirtió el desenlace.
Aquel espejismo humano,
aquel remolino loco de amor
deshaciéndose en el atardecer.
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