sábado, 19 de enero de 2013

La cacería



Mi hermana y yo cenábamos en una mesa blanca en medio de la noche, en un jardín con césped. Nos iluminaban farolas encaramadas sobre los muros de piedra de la finca, como pequeños ojos amarillos sin cuerpo. Las dos éramos a veces niñas y a veces de nuestra edad actual, y sin que tal truco nos turbase, comíamos con avidez la carne que rebosaba en nuestros platos. Su jugo era sabroso y cálido, pero cuando nos dimos cuenta comprendimos que aquel manjar era carne de gato.

Sobre la mesa descubrimos de pronto la piel de los animales, seca y crujiente al tacto. Mi hermana no me creyó cuando le advertí con horror la naturaleza del plato. La piel de su gato brillaba bajo la luz de las farolas. Tenía una hebilla de cinturón dorada atravesando su frente, simbolizando que esa piel se usaría para hacer ropa, sabedora de su destino antes del desenlace.

Me levanté de la mesa y corrí por el jardín retorciéndome de angustia contenida. Al otro lado de una valla descubrí a mi madre en la parte trasera de una casa. Un campo pequeño y cuadrado de césped alto despedía un verde intenso bajo tres focos. Mi madre cazaba gatos salvajes con un largo palo, les golpeaba la cabeza y caían como pequeñas hojas a sus pies. El sabor de la pesadilla se abría camino en mi garganta, recordándome la sensación de otras jornadas de trance. Traté de detenerla pero se negaba, clavando su mirada en los movimientos veloces que trazaban los felinos pasando como estrellas fugaces a través de la espesura. "Es para alimentaros, para alimentaros, hija mía", me decía mi madre una y otra vez con ojos aguados y obsesivos.

Con locura rábica surqué el campo y alcancé a coger un gatito. Lo alcé ante mi madre y le dije: "Son gatos y ni tú has sabido reconocerlos." Ella quedó congelada, con el palo abatido sobre el suelo y el pequeño felino que había cazado, lánguido, caído en su mano izquierda.

La noche continuó silenciosa a nuestro alrededor, y los gatos quedaron allí, danzando como mariposas erráticas entre la hierba alta.

lunes, 7 de enero de 2013

Iberia (2005)


Me apetecía probar con un campo que conociera poco y me he adentrado en Iberia, un precioso documental-sesión de baile a modo de teatro que cuenta con las más altas estrellas del flamenco.

Pero es que además está dirigido por Carlos Saura, por lo que no puede mas que ser una obra de calidad que desde el primer minuto hechiza con el uso de la luz, el color y la composición.

Cuando se escucha buena música de éste género, a niveles profesionales y se ve bailar a maestros, resulta una experiencia ciertamente maravillosa e inspiradora.

domingo, 6 de enero de 2013

Roméo et Juliette (2002)


Escuchar una canción es añorarlo y que desemboque en que vuelva a verlo una vez más. La primera vez que disfruté de él fue en una clase de francés cuando estaba en el instituto. Es una excelente manera de aprender, la verdad. Decenas de veces lo he disfrutado, siempre en francés con subtítulos en francés, ahora lo he conseguido con subtítulos en español y ciertas palabras que no entendía por fin las he comprendido.

¿Qué decir de él? Los musicales franceses nunca me han defraudado, y al igual que el de Notre Dame de Paris (1999). Está grabado en teatro, y eso le da un encanto adicional a la vez que demuestra que el directo es magia, es maravilla.

Haciendo una breve comparativa, opino que Broadway es esplendor, energía, pero los musicales de teatro franceses  son un derroche de sentimientos engarzados de perlas, delicados y con melodías más dramáticas y pasionales.

martes, 1 de enero de 2013

Nana a Victoria

Canta, madre, canta
ahora que aún tiene los ojos abiertos.
Canta, madre, canta.
Cuando los dos haya cerrado
solo serás un recuerdo
y ella reina de mil reinos.

Duerme, niña, duerme
para que seas pronto coronada.
Duerme, niña, duerme.
A ti quiero imaginar vestida en plata,
y en una corte de flores silvestres 
que resuene tu risa encantada.

Canta, madre, canta,
ahora que dormida está en tus brazos.
Canta, madre, canta.
Cuando despierte de nuevo
su castillo será el pasado
y tu beso su mayor regalo.