jueves, 8 de marzo de 2012

El hombre del erhu


Ayer estaba dando un paseo por la ciudad cuando en una de las vías principales escuché de pronto una melodía antigua y preciosa. A mi derecha había un hombre mayor que tocaba un instrumento de una sola cuerda. Tras unos segundos desconcertada por esos sonidos exóticos me di cuenta de que lo que tocaba era un erhu. El señor era chino.

Sus manos se movían sobre la cuerda ágiles y conocedores, pero su mirada se dirigía al suelo. A su lado estaba el estuche rígido del erhu, con unas cuantas monedas, dos cds de música y un paquete con varios más sin caja. Cuando me fijé más allá de la melodía me di cuenta de que el hombre vestía un mono azul de trabajo.

Decidí quedarme a escucharlo unos minutos. Las notas parecían volar sin rumbo, siguiendo una partitura difusa. Pero, si se escuchaba atentamente, pronto se apreciaba una cadencia compleja y bien formada, diferente a todo lo que yo pudiera haber conocido en mis muchos años de conservatorio. Esta música era madera, tradición, sabor a lejanía y montes abrazados de verde.

Quería recordarla siempre. Podía buscar en Internet cuando quisiera discos de canciones de erhu, pero no, en realidad no solo buscaba eso, sino recordar también a ese hombre. Me acerqué a la caja rígida, donde un cartelito decía: 1 CD 5€, 2 CD 9€. Me decidí sin duda por el doble. Al momento el hombre dejó el instrumento a un lado, me miró sonriente y yo le devolví la sonrisa. Se agachó y me dio el CD doble. “Su música es maravillosa” le dije, y su sonrisa se amplió aún más mientras asentía rápidamente con la cabeza en un gesto simpático. “¡Gracias, gracias!” contestó él, y abriendo la carátula de uno de los cds dobles me enseñó una imagen en blanco y negro. “Éste soy yo”. Era una fotografía que mostraba un joven elegante tocando un erhu en pose relajada. Me di cuenta entonces que el CD que me vendía era un original completamente en chino, precintado aún y que el mismo autor era el que me lo estaba dando. ¿Y los cds sueltos? Eran los discos A y B separados, sacados de sus cajas para ser vendidos a parte. Tras pagarle me miró y me dijo algo que percibí lleno de significado: “Suerte en tu viaje”.

Me quedé desconcertada. El hombre se sentó de nuevo en la pequeña silla plegable. Pronto su cara alegre se tornó de concentración y sus ojos volvieron a clavarse en el suelo, como si mirara algo muy lejano, entre las brumas de los recuerdos de su hogar original. Me quedé a escucharlo un poco más. Y entonces, me invadió una profunda tristeza. ¿Cómo un músico chino tan maravilloso había acabado tocando en la calle con un mono azul de obrero? Podía imaginarlo.

Antes de darme la vuelta y continuar mi paseo el hombre levantó la cabeza y me saludó de nuevo, mientras sus dedos volaban como peces de papel sobre el viejo erhu.